FILANTROPIA ATEA
Es evidente que la modernidad se encamina abismalmente a una
negación constante de Dios. Desde que el renacimiento irrumpe en el mundo por
librarse del absolutismo oscurantista y religioso medieval, la pugna de la
razón frente a la existencia de Dios acaba evidenciando que el hombre, cada vez
más, se siente en necesidad de ser más autónomo, no necesita a Dios para
comprender el mundo y llegar a realizarse. Incluso, hasta cierto punto,
considera que cuanto más prescinde de Dios más libre se siente para progresar
en todo cuanto se le antoje.
Es plenamente actual que sean muchos, y cada vez más, los
que se declaren ateos. Es una marca de identidad de la modernidad que, en todas
sus vertientes, como la propia post-modernidad, busca ser cada vez más independiente
de Dios. Es como si Dios estorbase a la realización del ser humano, como si
Dios fuese contrario a las libertades y plena realización del hombre. En
definitiva, nuestra civilización occidental sostiene que cuanto más autónomo es
el hombre, más logrará progresar y para ello, debe no sólo prescindir de Dios,
sino erradicarle de su pensamiento. Sin embargo, por más ateo que el hombre
llegue a considerarse, es inevitable concluir que cuanto más profundice el ser
humano en sus valores y posibilidades de hacer justicia, más se acercará a
Dios, aun cuando pretenda negarle. Muy probablemente, muchos que niegan a Dios
lo hacen porque lo conciben como religión o ligado a los protagonistas de la
misma, o por una determinada experiencia impositora del Dios que viene a cautivar al hombre de su libertad y plena
realización. Sin embargo, ¡qué lejos está el ateo de la compresión del
verdadero Dios!. El problema es que ha concebido las leyes de Dios bajo la
perspectiva de algo que se impone desde fuera hacia dentro, de arriba hacia
abajo y desde lo extraño a lo propio. Pero en realidad, Dios, cuando se revela
a nosotros, nos permite disfrutar de una experiencia
sorprendente ya no se muestra extraño a nosotros, ni autoritario, ni mucho
menos ajeno a nuestra condición. El apóstol Pablo nos enseña que cuando creemos
en Él, su Espíritu viene a nuestro espíritu para activar o vivificar esos
valores, principios y actitudes que conformarán una cultura propia del hombre
redimido, del verdadero hombre que para serlo, no puede prescindir de Dios, es
más, cuanto más conoce a Dios, mejor hombre es. De ahí que, el ateo que niega a
Dios porque le resulta enemigo de su plena realización, en realidad entra en
contradicción con su propia condición. Pablo nos aproxima a esta idea cuando
declara: “que busquen a Dios, si en
alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de
cada uno de nosotros. Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos…” (Hechos
17:27-28)
Considerando lo dicho, no nos debemos sorprender que muchos
ateos puedan asombrarnos con sus buenas obras. Esas buenas obras son una
manifestación de la filantropía, que significa: amor al género humano. Por lo
cual, quiere decir que ser ateo no es necesariamente ser “mala persona”, como
de forma simplista el dogmatismo religioso viene a calificarles __es obvio que
negar a Dios abre la posibilidad a que el hombre no tenga freno frente a sus
deseos y pasiones, lo cual desencadena la impiedad en todas sus formas__. De
hecho, nos podemos asombrar al ver cómo muchos ateos desarrollan actitudes y
conductas que superan en bondad a muchos denominados creyentes. Incluso, cabe decir
que hasta muchos ateos son más creyentes que algunos cristianos que, con su modo de vivir y comportarse,
niegan a Dios y, lo peor, hacen tropezar a otros que, tristemente, acaban
engrosando las filas de los desencantados con Dios, por razón de aquellos que
militan incoherentemente determinado cristianismo
ateo.
Pensando en un ejemplo de fe atea, hace poco leí la noticia sobre Mark Zuckerberg, el creador
de Facebook, que de acuerdo con su esposa, ha decidido donar el 99% de su fortuna, unos 42.300
millones de euros, a favor de la construcción de un mundo mejor. Al parecer,
esta decisión la hace pública en el contexto del nacimiento de su hija que,
precisamente, fue alumbrada el último jueves de noviembre, día de Acción de
Gracias.
En su carta publicada en Facebook, Zuckerberg, expresa junto
a su esposa, y en relación a su hija: “Sentimos una gran responsabilidad de
hacer del mundo un lugar mejor para ti y para todos los niños”. Desde luego, es
admirable la idea de legar a su hija la herencia de un mundo mejor, lo cual es
más relevante que dar en herencia una fortuna meramente económica. El caso es
que el fundador del face se ha
convertido en uno de los mayores filántropos del mundo. Está convencido que
puede lograr, tal y como él lo expresa en la mencionada carta, al “avance del potencial humano y la
promoción de la igualdad para todos los niños en la próxima generación”.
Ignoramos en qué manera vaya a invertir semejante fortuna.
Todo apunta que, asesorado por expertos, la diversificará en organizaciones
humanitarias para el desarrollo. El caso es que, según su percepción del
progreso, es probable que mucho de lo que haga tenga que ver con la
construcción de uno de sus sueños más sobresaliente: hacer que la conexión a
Internet sea accesible a cualquier persona, independientemente del lugar que
viva en el planeta. en todo lugar del mundo llegue la señal de Internet __ No
estoy seguro que sea sinónimo de mejora de condición de vida, por más que se
relacione con el progreso. Es más, diría que acercar la señal de Internet en
muchos lugares del mundo puede resultar en todo lo contrario cuando la apertura
al mundo viene a potenciar las miserias del ser humano__.
Con todo, el gesto de Zuckerberg, no deja de ser interesante
ya que en él confluye el hecho de que es ateo, judío y filántropo. Una extraña
mezcolanza ideológica solo asimilable desde la perspectiva de que él concibe el
judaísmo como una mera cuestión étnica y que conlleva el concepto de que, como
afirman algunos teólogos y filósofos judíos, el verdadero judío lo es en
actitud y conducta. Por tanto, decide prescindir de la idea ortodoxa del ser
judío, para ampararse en el judaísmo ateo, como probablemente lo era Einstein,
Freud o Woody Allen. Por tanto, a pesar de ser ateo, puede llegar a ser un
auténtico humanista, ejemplo a seguir por todos y sin necesidad de creer en
Dios.
Pero, a pesar de que muchos ateos puedan llegar a ser buenas
personas y sean ejemplares en su conducta, es una necedad negar la existencia
de Dios. Ya el salmista anticipaba esta realidad en el ser humano: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios”
(Salmo 14:1; 55:1). Negar a Dios es negar al hombre en su plenitud, por eso,
por más humanista el hombre sea, no puede declararse inocente de su propio
pecado y, tampoco, con sus obras puede transformar el ser interior que, como
demuestra la historia y nuestra realidad actual, vive en permanente
degeneración y se ve impotente para revertir la marcha abismal de este mundo
hacia el desastre que le espera y del que no le podrá librar la bondadosa autosuficiencia del hombre que se traiciona así mismo, cuando niega al Creador.
“Todos somos como gente impura; todos
nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia. Todos nos marchitamos
como hojas: nuestras iniquidades nos arrastran como el viento. Nadie invoca tu nombre, ni se
esfuerza por aferrarse a ti. Pues nos has dado la espalda nos has
entregado en poder de nuestras
iniquidades. A pesar de todo, Señor,
tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos
obra de tu mano” Isaías 64:6-8