Tierra recién arada en el otoño de Madrid |
Inmersos en plena
estación de otoño, disfrutamos de una de las estaciones más desafiantes ya que,
tras el verano, queda atrás el tiempo de las últimas cosechas y toca disponerse
para la próxima. El otoño, sugiere la necesidad de prepararnos para el futuro
dado que, de no hacerlo, la tierra queda menguada en su potencial para una nueva
temporada fructífera.
El otoño es tiempo de
labranza, la cual, vendrá a ser la tarea fundamental que precede a la siembra. La
tarea de la labranza se prepara por los arados, abriendo surcos para ablandar
el terreno, facilitar la penetración del agua, la absorción de los nutrientes
y, por supuesto, para que el campo pueda tragar la semilla que germinará tras
ser enterrada. Arar es un trabajo intenso y poco atractivo por razón de no
producir resultados a corto plazo. Por tanto, quien labra en otoño lo hace con
esfuerzo y, por supuesto, debe arar con esperanza (1ª Corintios 9:10)
En contraste a quien
tiene esperanza es el que es flojo que, en el tiempo de preparar la tierra y
trabajar de cara al futuro, se dedica a vivir de la renta de las cosechas
pasadas y decide negarse al esfuerzo, ser improductivo y dormitar consumiendo
la herencia recibida. Por tanto, tristemente, vendrá a cumplírsele lo dicho por
el proverbio “El perezoso no labra la tierra en otoño; en tiempo de cosecha buscará
y no hallará” (Proverbios 20:4) Así que, la lección es
diáfana e incontestable: el otoño requiere gente esforzada, con visión y
determinación en hacer que la tierra cansada o quemada, vuelva a ser preparada
para recibir la semilla y que ésta pueda ser engullida de forma efectiva para
manifestar una esplendorosa siega.
Sobre
el otoño, también nos habla Jesús, al relacionar la labor de arar al
compromiso
con seguirle y servirle: “Ninguno que poniendo su mano
en el
arado
mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas
9:62) El
Señor
nos quiere enseñar a no mirar atrás para hacer surcos derechos y para
que
el arado penetre en la tierra dado que el mirar al frente permite que los
brazos
del labrador ejerzan mayor fuerza. Pero, ¿por qué mirar atrás? ¿Cuál es
el
origen de ese impulso negado al progreso? Si tenemos en cuenta el contexto
del
relato, el que mira atrás es porque quiere un lugar cómodo donde recostar
la
cabeza y, al mismo tiempo, añora el hogar familiar que, sin esfuerzo, le
ofrece
la garantía del sustento. Pero, al contrario a esta actitud, está el
discípulo
de Jesús que trabaja la tierra en otoño con mano consistente,
determinado
en la meta y sabiendo que entra en la labor que propiciará una
cosecha
futura, lo cual, implica trabajar en fe, en esperanza.
Al
igual que en la tierra de Palestina, se requiere que echemos mano
con
determinación
en un momento en el que se hace necesario trabajar por el
futuro
de nuestra familia, de nuestra Iglesia y para servir a nuestra comunidad.
Rehusemos
a vivir con una actitud consumista. No caigamos en ese ahorismo
que
nos llevará, no solo a gastar la despensa, sino también a devorar la semilla
tan
necesaria para garantizar el futuro.
Estos
renglones han sido concebidos para transmitir ánimo. Para que todos
nos
comprometamos con el otoño por el que estamos pasando. Que no nos
dejemos
llevar por el desánimo de un presente en el que parece envejecer la
tierra
y por un escenario cansino, de tierra pisoteada y endurecida. Debemos
arar
con ahínco por nuestro futuro. Invirtamos con osadía en nuestra tierra. No
contemplemos
con reticencia lo que exige echar el resto. Probablemente
existan
muchas razones para pensar que la tierra es resistente, pero debemos
tener
la garantía de que la hoja del arado es fuerte para quebrar la tierra y
renovarla
para hacerla productiva. No dejemos que el desgaste ante el
esfuerzo
otoñal, nos haga volver la mirada hacia momentos más cómodos o de
abundancia.
Recuerda
que la añoranza es enemiga del futuro y, por consiguiente, nos
debilitará
en la tarea del servicio para forjar una nueva historia. Hoy, más que
nunca,
estamos llamados a revertir el momento actual en el que muchas vidas
manifiestan
corazones endurecidos ante el Evangelio, los principios y valores
de
Dios. Esto lo vemos en medio de una sociedad como la Europea que
habiendo
dado en el pasado una gran cosecha de progreso esparcido por el
mundo,
hoy se ha convertido en una de las regiones del mundo más
insensibles
a Dios y, por ende, repelente a la semilla divina. Hoy, gran parte de
nuestra
sociedad vive en el otoño, en el tiempo más distante de la cosecha. Así
que se hace necesario que se levante gente esforzada, con esperanza, con
visión,
con determinación y amor por la tierra para desear labrarla poniendo la
mano
firmemente sobre el arado y con la mirada puesta en el futuro.
Es
otoño y toca trabajar. Es preciso labrar nuestra tierra para dejar atrás el
pasado
que nos dio el sustento y las oportunidades que han forjado nuestro
presente.
Se necesitan obreros que preparen la tierra y que abran nuevos surcos que
abriguen la nueva
semilla de una nueva cosecha y reciban la lluvia del cielo abierto
prometido
por Dios a favor de los que aran con esperanza en tiempo de otoño.
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