sábado, 19 de diciembre de 2015



FILANTROPIA ATEA

Es evidente que la modernidad se encamina abismalmente a una negación constante de Dios. Desde que el renacimiento irrumpe en el mundo por librarse del absolutismo oscurantista y religioso medieval, la pugna de la razón frente a la existencia de Dios acaba evidenciando que el hombre, cada vez más, se siente en necesidad de ser más autónomo, no necesita a Dios para comprender el mundo y llegar a realizarse. Incluso, hasta cierto punto, considera que cuanto más prescinde de Dios más libre se siente para progresar en todo cuanto se le antoje.
Es plenamente actual que sean muchos, y cada vez más, los que se declaren ateos. Es una marca de identidad de la modernidad que, en todas sus vertientes, como la propia post-modernidad, busca ser cada vez más independiente de Dios. Es como si Dios estorbase a la realización del ser humano, como si Dios fuese contrario a las libertades y plena realización del hombre. En definitiva, nuestra civilización occidental sostiene que cuanto más autónomo es el hombre, más logrará progresar y para ello, debe no sólo prescindir de Dios, sino erradicarle de su pensamiento. Sin embargo, por más ateo que el hombre llegue a considerarse, es inevitable concluir que cuanto más profundice el ser humano en sus valores y posibilidades de hacer justicia, más se acercará a Dios, aun cuando pretenda negarle. Muy probablemente, muchos que niegan a Dios lo hacen porque lo conciben como religión o ligado a los protagonistas de la misma, o por una determinada experiencia impositora del Dios que viene a cautivar al hombre de su libertad y plena realización. Sin embargo, ¡qué lejos está el ateo de la compresión del verdadero Dios!. El problema es que ha concebido las leyes de Dios bajo la perspectiva de algo que se impone desde fuera hacia dentro, de arriba hacia abajo y desde lo extraño a lo propio. Pero en realidad, Dios, cuando se revela a  nosotros,  nos permite disfrutar de una experiencia sorprendente ya no se muestra extraño a nosotros, ni autoritario, ni mucho menos ajeno a nuestra condición. El apóstol Pablo nos enseña que cuando creemos en Él, su Espíritu viene a nuestro espíritu para activar o vivificar esos valores, principios y actitudes que conformarán una cultura propia del hombre redimido, del verdadero hombre que para serlo, no puede prescindir de Dios, es más, cuanto más conoce a Dios, mejor hombre es. De ahí que, el ateo que niega a Dios porque le resulta enemigo de su plena realización, en realidad entra en contradicción con su propia condición. Pablo nos aproxima a esta idea cuando declara: “que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos…” (Hechos 17:27-28)
Considerando lo dicho, no nos debemos sorprender que muchos ateos puedan asombrarnos con sus buenas obras. Esas buenas obras son una manifestación de la filantropía, que significa: amor al género humano. Por lo cual, quiere decir que ser ateo no es necesariamente ser “mala persona”, como de forma simplista el dogmatismo religioso viene a calificarles __es obvio que negar a Dios abre la posibilidad a que el hombre no tenga freno frente a sus deseos y pasiones, lo cual desencadena la impiedad en todas sus formas__. De hecho, nos podemos asombrar al ver cómo muchos ateos desarrollan actitudes y conductas que superan en bondad a muchos denominados creyentes. Incluso, cabe decir que hasta muchos ateos son más creyentes que algunos cristianos que,  con su modo de vivir y comportarse, niegan a Dios y, lo peor, hacen tropezar a otros que, tristemente, acaban engrosando las filas de los desencantados con Dios, por razón de aquellos que militan incoherentemente determinado cristianismo ateo.
Pensando en un ejemplo de fe atea, hace poco leí la noticia sobre Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, que de acuerdo con su esposa, ha decidido  donar el 99% de su fortuna, unos 42.300 millones de euros, a favor de la construcción de un mundo mejor. Al parecer, esta decisión la hace pública en el contexto del nacimiento de su hija que, precisamente, fue alumbrada el último jueves de noviembre, día de Acción de Gracias.
En su carta publicada en Facebook, Zuckerberg, expresa junto a su esposa, y en relación a su hija: “Sentimos una gran responsabilidad de hacer del mundo un lugar mejor para ti y para todos los niños”. Desde luego, es admirable la idea de legar a su hija la herencia de un mundo mejor, lo cual es más relevante que dar en herencia una fortuna meramente económica. El caso es que el fundador del face se ha convertido en uno de los mayores filántropos del mundo. Está convencido que puede lograr, tal y como él lo expresa en la mencionada carta,  al “avance del potencial humano y la promoción de la igualdad para todos los niños en la próxima generación”.
Ignoramos en qué manera vaya a invertir semejante fortuna. Todo apunta que, asesorado por expertos, la diversificará en organizaciones humanitarias para el desarrollo. El caso es que, según su percepción del progreso, es probable que mucho de lo que haga tenga que ver con la construcción de uno de sus sueños más sobresaliente: hacer que la conexión a Internet sea accesible a cualquier persona, independientemente del lugar que viva en el planeta. en todo lugar del mundo llegue la señal de Internet __ No estoy seguro que sea sinónimo de mejora de condición de vida, por más que se relacione con el progreso. Es más, diría que acercar la señal de Internet en muchos lugares del mundo puede resultar en todo lo contrario cuando la apertura al mundo viene a potenciar las miserias del ser humano__.
Con todo, el gesto de Zuckerberg, no deja de ser interesante ya que en él confluye el hecho de que es ateo, judío y filántropo. Una extraña mezcolanza ideológica solo asimilable desde la perspectiva de que él concibe el judaísmo como una mera cuestión étnica y que conlleva el concepto de que, como afirman algunos teólogos y filósofos judíos, el verdadero judío lo es en actitud y conducta. Por tanto, decide prescindir de la idea ortodoxa del ser judío, para ampararse en el judaísmo ateo, como probablemente lo era Einstein, Freud o Woody Allen. Por tanto, a pesar de ser ateo, puede llegar a ser un auténtico humanista, ejemplo a seguir por todos y sin necesidad de creer en Dios.
Pero, a pesar de que muchos ateos puedan llegar a ser buenas personas y sean ejemplares en su conducta, es una necedad negar la existencia de Dios. Ya el salmista anticipaba esta realidad en el ser humano: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios” (Salmo 14:1; 55:1). Negar a Dios es negar al hombre en su plenitud, por eso, por más humanista el hombre sea, no puede declararse inocente de su propio pecado y, tampoco, con sus obras puede transformar el ser interior que, como demuestra la historia y nuestra realidad actual, vive en permanente degeneración y se ve impotente para revertir la marcha abismal de este mundo hacia el desastre que le espera y del que no le podrá librar la bondadosa autosuficiencia del hombre que se traiciona así mismo, cuando niega al Creador.

“Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia. Todos nos marchitamos como hojas: nuestras iniquidades nos arrastran como el viento. Nadie invoca tu nombre, ni se esfuerza por aferrarse a ti. Pues nos has dado la espalda nos has entregado  en poder de nuestras iniquidades. A pesar de todo, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos el barro, y tú el alfarero. Todos somos obra de tu mano”  Isaías 64:6-8



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